Endulza sus copas amargas, aliviana la carga de sus cruces, alisa los lugares ásperos por dónde camina e ilumina el valle de sombra de muerte. Le hace sentir que siempre tiene algo sólido bajo sus pies y algo firme en sus manos, un amigo seguro en el camino y un hogar seguro al final del camino. La seguridad ayuda a soportar la pobreza y las pérdidas.
Le enseña a decir: «Con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación». «¿Has de poner tus ojos en las riquezas, siendo ningunas? Porque se harán alas como alas de águila, y volarán al cielo» (Habacuc 3:17-18; Proverbios 23:5). La seguridad mantiene en pie al hijo de Dios bajo las peores pérdidas de seres queridos y le ayuda a sentir: «Todo está bien».
El alma segura puede decir: «Aunque seres queridos me han sido arrebatados, sin embargo, Jesús es el mismo y está vivo para siempre. Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él. No es así mi casa para con Dios; sin embargo, él ha hecho conmigo pacto perpetuo, ordenado en todas las cosas, y será guardado» (2 Reyes 4:26; Hebreos 13:8; Romanos 6:9; 2 Samuel 23:5). La seguridad hace posible que el hombre alabe a Dios y sea agradecido con él, aun estando en la cárcel, como Pablo y Silas en Filipo. Puede darle cantos al creyente, aun en la noche más oscura, y gozo cuando todo está en su contra (cf. Job 35:10; Salmos 42:8).
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