La Escritura jamás instruye a los cristianos a exigirle a Dios que haga algo

Introducción 

En algunos círculos cristianos modernos ha surgido una peligrosa enseñanza: que los creyentes pueden “exigirle” cosas a Dios, como si Él estuviera obligado a actuar conforme a nuestras palabras. Bajo lemas como “decláralo y será hecho” o “ordena y se te dará”, se presenta a Dios más como un siervo celestial que como el soberano Rey del universo. Pero, ¿es esta enseñanza bíblica? ¿La Palabra de Dios nos instruye a exigirle algo al Creador? Este artículo se propone examinar las Escrituras para corregir esta visión distorsionada y restaurar una postura reverente ante nuestro Dios.

Desarrollo

La Escritura nunca muestra a los siervos de Dios exigiendo cosas al Señor. Por el contrario, vemos ejemplos constantes de humildad, reverencia y sumisión a Su voluntad.

El Señor Jesús, siendo el Hijo de Dios, nos dejó un modelo perfecto de oración. En el huerto de Getsemaní, antes de su crucifixión, clamó al Padre diciendo: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).

Jesús, quien tenía toda autoridad, no exigió, no ordenó, no impuso su deseo al Padre. En su humanidad perfecta, nos enseñó que orar es suplicar conforme a la voluntad de Dios, no imponerla.

También el apóstol Pablo, uno de los hombres más usados por Dios en la historia de la Iglesia, escribió: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” (Filipenses 4:6). La palabra “ruego” implica humildad, no exigencia. Los cristianos presentamos nuestras peticiones a Dios como hijos confiados, no como soberanos arrogantes.

Además, la Primera Epístola de Juan establece una condición clara para ser oídos por Dios: “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye” (1 Juan 5:14). No se trata de imponer nuestra voluntad sobre la de Dios, sino de alinear nuestros deseos a la suya. Toda enseñanza que nos invita a “decretar”, “exigir” o “ordenar” a Dios, está en franca contradicción con el carácter de la oración bíblica.

Incluso en el Antiguo Testamento, vemos a hombres como Daniel orando con profunda humildad: “Y volví mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza” (Daniel 9:3). “¡Oh Señor, oye! ¡Oh Señor, perdona! ¡Oh Señor, atiende y hazlo! No tardes, por amor de ti mismo…” (Daniel 9:19). Daniel, un hombre íntegro, no exigió nada a Dios. Suplicó con reverencia.

Conclusión

Exigirle a Dios que haga algo es una postura contraria al espíritu de las Escrituras. El Dios de la Biblia no es un genio que responde a decretos humanos, ni un empleado celestial que ejecuta nuestras órdenes. Él es el Señor Soberano, y nosotros sus siervos. Nuestro papel es rogar, confiar y someternos a Su voluntad perfecta, no imponer la nuestra.

El creyente verdadero ora con fe, pero también con humildad. La confianza en Dios no nos lleva a la arrogancia, sino a la adoración. Recordemos las palabras del apóstol Pedro: “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo” (1 Pedro 5:6).

Si amamos a Dios, debemos orar como Jesús lo hizo: con confianza, pero también con reverencia y sumisión. Porque la oración no es un arma para manipular al cielo, sino un canal de comunión con nuestro Padre celestial.

Publicado originalmente por www.teologiasana.com